Vivimos la hora más menguada de nuestra historia reciente. La economía es una araña negra que camina sobre nuestros estómagos. La gente malbarata sus días en colas interminables para conseguir harina, leche y aceite. La prensa escrita está viviendo una exasperante agonía que puede desembocar en su desaparición absoluta.
Algo inédito en el planeta. A las líneas aéreas no les está quedando más remedio que borrarnos de sus destinos. Comenzamos a sentir claustrofobia, encierro, ahogo. Hay un rictus general de desazón. Parece que nos hubieran mudado de sitio sin darnos cuenta. Somos pura noche en una geografía de luz caribeña.
El país tiene forma de pistola. Hasta los llamados a la paz vienen con amenaza incluida. Se multiplican en muchos hogares las conversaciones nerviosas. Es el momento de las decisiones. ¿Irnos? ¿Resistir? ¿Luchar? ¿Decirle adiós al país o a la vida? Te sirves un trago, te asomas al Ávila, piensas en tus hijos, en los riesgos que entraña cada decisión.
Piensas con Méndez Guédez en esa definición de país que da Bolívar Coronado: “Lugar donde al menos cuentas con veinticinco abrazos; lugar donde llueve y te quedas dormido sintiendo que estás en casa”. Es todo tan difícil. Tan inmerecido. ¿Cuál es la cola de inmigración hacia esa patria donde antes cabíamos todos los venezolanos?? No podemos tapar el sol con un dedo.
Que nos está pasandooo?? Nos estamos rindiendo!! Despierta Venezuela! No éramos así! El país se nos vaaa!!!
*Leonardo Padrón*