16/07/2019. Inpiraciones personales
Una de las acusaciones predilectas del régimen para encarcelar y torturar, como lo ha hecho con la joven clarinetista Karen Palacios, es la de incitar al odio. A los torturadores de Venezuela les molesta demasiado que les odien. Si el odio es lo contrario al amor y al afecto, como se suele decir, entonces habría que pensar que ellos están convencidos de que las familias de quienes han sido asesinados, en marchas, en cárceles y con torturas, deberían amarles.
Sin duda, el odio es malo y su exaltación en muchos países constituye delito. El racismo, la homofobia, el odio religioso y tantas otras, manifestaciones de este sentimiento, han producido grandes calamidades a la humanidad. Debemos combatirlo sin duda, luchar contra él, pero que un régimen que no ha hecho otra cosa en los últimos 20 años que promover el odio -el odio sistemático y excesivo, fomentado con toda la fuerza del Estado, de sus recursos y medios, un odio que ha dejado demasiados muertos concretos y reales, con nombre y apellido- encarcele a sus víctimas porque le odian es grotesco. No sorprende, sin duda este cinismo, pero genera un ligero desafecto, por los los no nacidos bien, que lo exhiben.
Ciertamente, luchamos en contra de este sentimiento y debemos seguir haciéndolo, tenemos que estar muy atentos, porque lo peor que nos puede suceder en esta lucha es transformarnos en aquello que nos parece moral y políticamente injustificable. Este combate contra la aberración que padecemos, se produce también en el espíritu, para que no se envilezca al punto de parecerse demasiado a aquello que le parece vergonzoso y ruin. Pero, también hay que decirlo, aun en los espíritus venezolanos más templados en el equilibrio y la tolerancia, la contemplación de tanta maldad puede producir un fugaz destello de rabia que podría transformarse en algún mal pensamiento sobre alguna persona del régimen. Otra cosa es que uno lo descarte inmediatamente.